Autor: Martín Tetaz (Asociado de Alta Gerencia Internacional - Argentina)
Autor:
Martín Tetaz
(Asociado de Alta Gerencia Internacional - Argentina)
Orginalmente publicado en: http://www.martintetaz.com/inflacion-entre-las-expectativas-y-la-emision/
Empecemos por lo básico;
¿Qué es la inflación? La inflación es el aumento sostenido y generalizado de los precios.
Parece obvia la definición, pero en el debate de todos los días se escuchan cosas como que “un aumento de impuestos produce inflación” o que “como no va a haber inflación si los precios están altísimos”
¿Qué No es la inflación?
La inflación no es que suba el precio de la nafta porque aumento el barril de petróleo en el golfo de México, tampoco que el pan salga $40 o que un jean cueste el triple que en Chile. Precios altos no es lo mismo que inflación. Japón tiene precios altísimos, pero hace años que son los mismos; eso NO es inflación
¿Por qué se produce?
La principal causa es la emisión de dinero sin respaldo, que no resulta demandado ni para hacer transacciones ni para postergar el consumo de un bien o servicio. Me explico: SI la economía crece un 5% digamos, se multiplicarán las transacciones y será necesario tener más dinero, del mismo modo que la fábrica de cervezas tiene que producir más botellas de vidrio retornables, si aumenta el consumo de esa bebida. De manera que siempre y cuando la emisión acompañe al nivel de crecimiento de la actividad, no tiene por qué producir inflación.
Pero incluso si la economía no creciera y por lo tanto la demanda de dinero para hacer transacciones no se viera modificada, todavía existiría la posibilidad de que el gobierno emita dinero sin generar inflación, siempre que las personas lo guarden en sus bolsillos sin gastarlo, puesto que técnicamente esto sería equivalente a colocar un bono de deuda; un pagaré por el que el gobierno le dice a la gente “por favor présteme dinero ahora, que dentro de un tiempo se lo voy a devolver”.
Para que el exceso de medios de pago en relación a los bienes de la economía genere inflación, necesitamos que se introduzca en la economía presionando a las demandas de bienes y servicios. Es cierto que al principio los fabricantes no podrán distinguir si las ventas de sus productos están subiendo porque se pusieron de moda, o porque hay más dinero en la calle, de manera que la mayor demanda, en la medida de las posibilidades expandirá la producción, hasta que empiecen a aparecer restricciones para fabricar más; cuellos de botella como cortes de energía, o imposibilidad de conseguir más trabajadores. A medida que la mayor demanda causada por los nuevos billetes encuentre esas restricciones, comenzarán a subir los precios.
Nótese que, si la gente ahorra sus excedentes en dólares, por razones culturales, por ejemplo, la mayor emisión volcará billetes al mercado de cambios y hará subir el precio de las divisas foráneas, aun cuando no se haya saturado la capacidad de producción de la economía.
Ahora bien, en un contexto donde la gente no demanda moneda local para ahorrar, la posibilidad de que la emisión extra vaya al colchón y opere en la práctica como un préstamo subsidiado al gobierno, no existe.
Esto confunde a muchos que no entienden por qué la emisión en Estados Unidos no causa necesariamente inflación como acá, sin darse cuenta que el mundo entero demanda dólares. Es más; muchas de estas personas que no comprenden la diferencia entre una moneda demandada y una moneda repudiada, luego son sorprendidos en la cola del banco, comprando dólares.
Resumiendo; no necesariamente la emisión produce inflación, pero si la economía tiene pleno empleo de algún recurso que no se pueda sustituir (trabajadores calificados por ejemplo), o cuellos de botella para seguir creciendo y encima nadie desea esos billetes con propósitos de ahorro, ineluctablemente habrá inflación. Esto ya no es un principio de la economía, sino de la física; los billetes nuevos no se evaporan, sino que acaban yendo hacia algún lugar.
La inercia inflacionaria
Una vez que un shock de emisión disparó la inflación, ésta puede propagarse en el tiempo por múltiples causas.
Supongamos por ejemplo que los gremialistas abren las negociaciones paritarias mirando por el espejo retrovisor. Si el año pasado hubo 25% de inflación, pues piden 25% de recomposición. Luego si los empresarios no enfrentan la competencia externa, trasladarán esos aumentos al precio de sus productos en la góndola. Eventualmente en una economía que tiene 25% de inflación por varios años, se crea una especie de inercia cultural, por la cual todos saben que deben remarcar sus precios 25% por año, aunque nadie entienda muy bien por qué.
Por supuesto, si el gobierno no acompaña esa inercia aumentando nuevamente la cantidad de dinero, eventualmente esos precios chocarán con la imposibilidad de realizase en el mercado.
Volvamos ahora al ejemplo de la cervecería que tenía más demanda, pero no contaba con más envases retornables. ¿Hay alguna solución sin fabricar más botellas? Sí; toda cosa escasa sube de precio. Quilmes podría cobrarnos $10 el alquiler de las botellas, de suerte tal que aumentaría la velocidad del reciclado.
Una cosa muy parecida ocurre con el dinero; si todo el mundo aumenta los precios 25% pero no se multiplica la cantidad de billetes en esa proporción; el alquiler del dinero subirá por los cielos. Ese precio tiene nombre y apellido; la tasa de interés.
En cualquier caso, el resultado será una actividad económica frenada y por esa razón, es habitual que los gobiernos que observan que los precios han subido y que se necesita más dinero en la economía para poder hacer todas las transacciones a los nuevos valores, emiten esos billetes, convalidando una inflación que en esta oportunidad no tenía raíces monetarias.
Otras causas.
Del mismo modo que ocurrió en el mecanismo que recién describimos, hay otros factores no monetarios que pueden empujar el promedio de los precios al alza; por ejemplo, en un famoso artículo el Profesor Olivera (link al artículo) demostró que si los precios son rígidos a la baja (como ocurre habitualmente en Argentina cuando un producto, deja de ser escaso, pero sin embargo no baja de precio), cada vez que existen shocks de oferta o de demanda, que modifican los precios relativos, se produce inflación, porque el bien que se torna más escaso sube obviamente de precio, pero el que pasa a ser relativamente más abundante no baja.
Uno de esos cambios de precios relativos puede ser, por ejemplo, el que se produce cuando por alguna razón externa sube el precio del dólar. Lo normal es que, como consecuencia, los precios de los bienes que son fáciles de importar o exportar acompañen esa suba, puesto que su valor de referencia, expresado en pesos, acaba de subir. Lo esperable sería que el resto de los precios de la economía, de todos aquellos bienes y servicios que no compiten con el exterior, bajen, pero todos sabemos que eso no es lo que ocurre. Tampoco los precios de los bienes transables vuelven a los niveles previos cuando el shock externo pasa y el dólar baja.
En general y cualquiera que sea el caso, para que ese proceso inflacionario se materialice y perdure, es necesario que opere el proceso de convalidación monetaria que describíamos antes, puesto que, sin más dinero en la economía, los precios más altos no pueden durar para siempre. Sin embargo, como esos precios más altos, sin convalidación monetaria, frenan las transacciones y paralizan la economía, por lo general los gobiernos ceden antes de que eventualmente estos bajen.
Entonces ¿como paramos la inflación?
Primero me gustaría decir cómo NO paramos la inflación.
El garrote no sirve
Para los precios opera el mismo principio que para las mentiras había denunciado Abraham Lincoln cuando decía que “Se puede engañar a todo el mundo algún tiempo…se puede engañar a algunos todo el tiempo…pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo”.
Por ejemplo, se puede controlar las tarifas y el dólar Es cierto que habrá escases de energía y de divisas, pero al menos esos precios operarán como anclas. Se pueden establecer listados generales de precios máximos por unos meses, como hizo Moreno en su momento. No se puede de ninguna manera fijar todos los precios por tiempo ilimitado, como quiso hacer el Emperador romano Dioclesiano, en el año 301, o como pretende ahora Maduro en Venezuela.
Peor aún, como con las mentiras, los controles de precios lejos de parar la inflación la patean hacia delante. Dejemos la economía de lado y volvamos a la física por un momento. Supongamos que el gobierno emitió 200.000 millones de pesos y que al mismo tiempo estableció precios máximos de los bienes y servicios. ¿Donde irán todos esos pesos? Evidentemente acabarán de manera forzada en la cartera de la dama y el bolsillo del caballero. Es decir que el gobierno convierte a la emisión en un bono de aceptación forzosa, que no solo no paga interés, sino que pierde una cuarta parte de su valor todos los años.
Si luego de un tiempo el sistema de precios se libera, lo que ocurre es que esos pesos corren al dólar, a buscar tasa de interés en un deposito o bono del propio Estado, o a comprar bienes de la economía. Por lo tanto, basta el mero anuncio de la liberación para que el que tiene dólares los venda un poco más caros y el que produce y vende bienes transables los aumente.
Esto es importante porque hay una confusión grande con el efecto que tienen los aumentos del dólar en la inflación. Si el dólar sube, porque hay más emisión, no es la suba del dólar la que genera la inflación, sino la emisión. Obviamente; si esa emisión se contiene con un dique, el agua no correrá por el sistema mientras el dique se mantenga cerrado. Pero cuando el cepo se abre, o el comercio se libera, el agua correrá mojando lo que estaba seco.
¿Es culpa de los empresarios?
Supongamos que el diablo diseña a un empresario inescrupuloso y especulador; un hombre sin corazón, con un estomago que solo puede procesar billetes: Charles Montgomery Burns, para una representación más gráfica.
El señor Burns baja a la tierra y pone el precio de sus productos a un millón de dólares por unidad. No vende nada. Prueba con 500.000 dólares. Sigue sin vender. Ensaya entonces con 100.000, con 10.000, con 1.000 y baja el precio todo lo que sea necesario para poder vender. Pongamos que a 500 dólares finalmente encuentra el equilibrio que le permite ganar la mayor cantidad de dinero posible.
Ahora viene la pregunta del millón; ¿Por qué razón el señor Burns subiría el precio si se supone que ya había puesto el máximo precio que podía poner? O dicho sea de otro modo; si podía vender a 600, ¿Por qué esperó hasta hoy para subir el precio?
Obviamente; en los procesos inflacionarios hay empresarios subiendo los precios, de todos los tamaños y de todos los colores, pero también hay gremialistas subiendo los salarios. ¿Es culpa de los gremialistas entonces? Tampoco. En cada momento del tiempo suponemos que los gremialistas consiguen negociar la fuerza de trabajo al máximo precio que les resulta posible obtener.
Después de todo; también hay empresarios ambiciosos y gremialistas que son muy buenos negociando, en tantos otros países. Pero solo nosotros (y un puñado de países periféricos) tenemos inflación. Y tampoco la hemos tenido por siempre. ¿Acaso los empresarios y los gremialistas eran buenos en los 90, se hicieron malos en el 2002, se volvieron a ablandar en el 2003 y otra vez se convirtieron al mal en el 2007?
La verdad es que a ningún empresario argentino que fuera a trabajar a Holanda, por ejemplo, se le ocurriría remarcar 25% los precios, del mismo modo que ningún gremialista sueco pediría un aumento de esa magnitud. Y no es que no lo piden porque son distintos. No lo hacen porque saben que están en un contexto estable, en el que un comportamiento de ese tipo los haría perder dinero.
Es cierto que para que haya inflación alguien tiene que remarcar, pero para que esa decisión exista, los empresarios y los gremialistas deben estar convencidos de que están inmersos en un proceso inflacionario en el que lo mejor que pueden hacer es seguir la corriente de la nominalidad.
¿Controlar la cantidad o el precio del dinero?
Ok, ahora que entendimos qué es y que no es la inflación, pasemos a la medicina.
El gobierno eligió controlar el precio (la tasa de interés), de manera que la cantidad de dinero queda determinada como resultado de ese precio. Por lo tanto, la estrategia descansa casi por completo en las expectativas.
Si el programa de metas de inflación convence a la gente y todos forman sus precios (pactan contratos, negocian paritarias, etcétera) en torno de la meta establecida por la autoridad monetaria, la economía se desinfla a la velocidad que establezca el Banco Central.
Pero si los precios se forman con incrementos del 20% en promedio, por ejemplo, pues no hay manera de frenar el aumento de la cantidad de dinero que convalida esos nuevos valores. En ese caso, el Central entrega el dinero que le piden y lo único que puede hacer es subir la tasa de interés.
Esa suba de tasas opera por tres canales;
1- Encarece el crédito de corto plazo, frenando el consumo que se financia en cuotas
2- Aumenta la reputación de la autoridad monetaria respecto de la meta de inflación
3- Incentiva el ingreso de capitales financieros que, buscando esa tasa, venden sus dólares, pinchando el precio del billete verde.
Es importante mencionar que en Argentina el canal 1 es pólvora mojada porque el crédito representa solo 14% del PBI, de modo que la suba de tasa no enfría realmente la economía.
El segundo canal, con un Banco Central de baja reputación, está lisiado.
Casi todo el impacto de la suba de tasas se canaliza por un dólar más barato, que a su turno frena los precios de los bienes con competencia del exterior, que obviamente están dolarizados.
El costo de este camino es simple; la inflación baja con un dólar que se pone cada vez más barato, salvo que el Banco Central gane reputación y no necesite usar la suba de tasas para convencer al público.
Control de agregados
La alternativa es informar a la población que la emisión solo crecerá 18%, para que, simplificando, el dinero alcance justo para hacer las transacciones que la economía necesita en un escenario de inflación del 15% y crecimiento del PBI del 3%
Otra vez; la clave es si la gente cree en la autoridad y realmente forma precios con aumentos nominales de solo un 15%. Si eso ocurre, ningún problema, pero si el BCRA no convence y los precios crecen, por ejemplo, un 20%, entonces la plata no alcanzará para hacer todas las operaciones y el precio del dinero volará por los aires, reflejando la escasez de medios de pago.
Son las expectativas estúpido
En síntesis, establecer una limitación cuantitativa en la cantidad de dinero, es equivalente a poner un precio tan alto del dinero (suba de tasas), que arroje como resultado una demanda de medios de pago, de igual magnitud a la que hubiera surgido con control de agregados.
La diferencia central está en el compromiso que se transmite ex ante, que resulta fundamental para formar expectativas. Porque la pregunta es obvia; ¿Qué ocurriría si la formación de precios entrara en una dinámica explosiva (por el dólar, por conflictos con los gremios, por debilidad política, etcétera) y el Banco Central tuviera que poner la tasa de interés en el 50%? Ese es un resultado probable si existe la misma dinámica bajo un esquema de control de la cantidad de dinero, pero en ese caso la tasa de 50% no es fijada por el Banco Central, que puede encogerse de hombros y mirar para otro lado, sino aparece como resultado endógeno del propio mercado.
En cualquier caso, si la política monetaria no quiebra las expectativas de inflación e induce a los agentes a formar sus precios con menos aumentos por las buenas, el resultado será una tasa alta y un dólar barato, hasta que se desinflen los precios.
Para que ello suceda, tiene que percibirse un cambio de régimen. Ese fue uno de los
grandes éxitos de la Convertibilidad, aunque para lograrlo comprometió el precio relativo más importante de la economía; dejó al auto sin amortiguadores, sin capacidad para responder ante los shocks externos, como el Tequila, la crisis del sudeste de Asia o la devaluación de Brasil.
Creo que ese cambio podría lograrse si el Banco Central se independiza del Tesoro, modifica su carta orgánica e impide que se imprima un solo peso más para financiar el déficit presupuestario. Para que el shock sea contundente es probable que haya que combinarlo con un cambio hacia el control de agregados, sabiendo que, si todo el combo no alcanza para quebrar las expectativas, habrá que tolerar una tasa muy alta, como resultado. Soy consciente que, planteado así, es a matar o morir.
Como es lógico, el timming ideal para hacer esto es una vez que los cambios en precios relativos hayan finalizado y los precios regulados no sean un factor disruptivo que empuje las expectativas de inflación con cada tarifazo. Por esta razón sigo siendo partidario del shock en esta materia también.
Con la reputación del Central tan golpeada no hay lugar para gradualismos en materia monetaria y son los legisladores los que deben dar la cara ante los ciudadanos, justificar cada peso que aprueban de presupuesto y votar los impuestos necesarios para financiarlos, o la emisión de deuda que se requiera para cubrir el bache.
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