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El dinero es una metáfora del tiempo (la clave está en como lo consumimos)

Autor: Martín Tetaz (Asociado de Alta Gerencia Internacional - Argentina)








Autor:

Martín Tetaz

(Asociado de Alta Gerencia Internacional -

Argentina)


Originalmente publicado en:

http://www.martintetaz.com





Texto de Martín Tetaz  

Infogramas del Dr. Piedrola, utilizando Internet.


En una entrevista televisiva que se hizo viral por las redes sociales el entonces Presidente del Uruguay, José “Pepe” Mujica, acertó el tiro entre ceja y ceja.


“O logras ser feliz con poco y liviano de equipaje, porque la felicidad está dentro tuyo, o no lo logras”, con una simpleza extraordinaria develo el misterio, en forma de critica a la sociedad consumista “inventamos una montaña de consumo superfluo y hay que tirar y vivir comprando y tirando, y lo que estamos gastando es tiempo de vida, porque cuando yo compro algo, o tú, no lo compras con plata, lo compras con el tiempo de vida que tuviste que gastar para tener esa plata,

pero con esta diferencia; la única cosa que no se puede comprar es la vida”.


“La vida se gasta y es miserable gastar la vida para perder libertad”

José “Pepe” Mujíca


El problema es que el intercambio entre tiempo de trabajo y bienes, esta intermediado por dinero, que como en el caso de las fichas de un casino, nublan nuestra percepción real de lo que está en juego. Y ni que hablar cuando ese dinero en vez de ser cash, contante y sonante, es un medio de pago electrónico o una tarjeta.


El Economista Drazen Prelec, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, subastó entre un grupo de estudiantes universitarios tres pares de entradas para sendos partidos de baseball de diferente atractivo. Sin embargo, el experto del MIT hizo una pequeña trampa. En las instrucciones de la mitad de los alumnos estaba escrito que el pago era en efectivo, mientras que al restante 50% le indicó que había que abonar con tarjeta de crédito, pidiendo incluso los datos del plástico; su número, código de seguridad y fecha de vencimiento.


Dependiendo del partido, en promedio las ofertas del grupo al que por azar se le había pedido que abonase usando su tarjeta de crédito eran entre un 59% y un 113% mayores a las del grupo al que se había instruido para pagar con billetes.

Sistemáticamente el uso de un intermediario más distante entre los recursos reales que había que gastar y lo que se podía comprar, hizo que la gente estuviese dispuesta a pagar mucho más por lo mismo. Los resultados coinciden con lo que el economista del comportamiento.



Dan Ariely, denomina “la culpa de gastar”. De algún modo la separación temporal que ofrece el plástico, entre el disfrute de la compra y el sacrificio del pago, sumado a la ilusión de conservación del dinero que ocurre toda vez que no necesitamos sacar efectivo de la billetera, distorsiona la verdadera ecuación costo-beneficio que guía nuestro proceso decisorio.


Sería interesante preguntarse cómo funcionaría un mundo en el que junto a los centros de compras hubiera cárceles donde la gente tuviera que pagar con su privación momentánea de la libertad por cada consumo. “Ah le gusto ese par de zapatos; perfecto, son 4 días de reclusión.


¿Se lo envuelvo para regalo?”.


Por supuesto, no todos los trabajos son privaciones de la libertad, también hay gente que vive de su vocación y disfruta en vez de sufrir, como yo lo estoy haciendo mientras escribo esto, pero indudablemente una porción no menor de la ciudadanía está esclava de un empleo que no la satisface como experiencia, pero que se ve obligada a aceptar porque necesita pagar las cuentas como cualquiera y no tiene alternativas.


El problema es que, si sobrestimamos los beneficios del consumo, acabaremos haciendo un esfuerzo laboral mucho mayor, aceptando horarios inconvenientes, ambientes de trabajo de baja calidad, o contratos que no nos satisfacen plenamente.

En ese sentido cualquier elemento que nuble la relación que existe entre el consumo y su precio expresado en horas de trabajo, conducirá a decisiones ineficientes desde el punto de vista de nuestra felicidad.


El dinero es el primer elemento de esa distorsión, porque en realidad es un representante simbólico de las horas que hemos trabajado, pero la tarjeta de crédito y el consumo en cuotas acaban convirtiéndose en representantes de segundo orden de la relación real de intercambio que está en el fondo de una compra, porque son en realidad representantes simbólicos directos del propio dinero.



Benjamín Franklin escribió en “Consejos a un joven comerciante” una frase que quedo en el repertorio de todos; “el tiempo es dinero”.

Si Borges estuviera vivo es probable que habría objetado el orden, dado que en realidad el dinero es una metáfora el tiempo.



Así lo entendió el neozelandés Andrew Niccol. Convirtió la idea en libro primero y en película después, para contar en “El Precio del Mañana” la historia de un mundo en el que en vez de dinero la gente paga sus consumos con horas de vida y muere cuando se ha gastado todo su saldo.


En el film, protagonizado por Amanda Seyfried y Justin Timberlake aparecen crudamente planteadas las contradicciones de un sistema desigual, en el que unos pocos tienen mucho dinero y pueden vivir casi eternamente, mientras la inmensa mayoría se las arregla como puede para sobrevivir un día más.


No estoy objetando aquí que una persona más productiva gane más, lo que quiero resaltar es que lo que realmente implica ganar más es que se necesitarán menos horas de trabajo para alcanzar una misma canasta de consumo, liberando tiempo para que este pueda ser consumido como un bien más.


La Economía es la ciencia que estudia la mejor asignación posible de los recursos escasos, a los efectos de maximizar el bienestar social.


El problema es que durante muchos años creímos que ese recurso escaso era el dinero y por ello todos asocian a esta ciencia social con lo financiero, lo que realmente escasea y necesitamos asignar con mayor eficiencia no son los billetes, sino el tiempo.


Si la economía logra hacer ese giro, seremos todos más felices.




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